viernes, 21 de noviembre de 2014

21 Noviembre 1975 muere el poeta Luis Felipe Vivanco

Hijo de un juez, los diferentes destinos de su padre le llevan durante su infancia a diversas ciudades de España. En 1915 la familia se establece en Madrid, ciudad en la que Vivanco pasará la mayor parte de su vida. Estudió Primaria y Bachillerato en el Colegio El Pilar y más adelante en la escuela de Arquitectura de Madrid. En estos años universitarios compuso una serie de poemas vanguardistas que publicó en 1958 en Memoria de la plata. De esa época también data su amistad con Rafael Alberti y Xavier Zubiri. Tras terminar Arquitectura en 1932 siguió también cursos de Filosofía y Letras. En esta Facultad, de la que también fueron alumnos Germán Bleiberg y Juan Panero, conoció a Luis Rosales.

Luis Felipe Vivanco

Pasó una larga temporada reponiéndose de tifus en la sierra de Guadarrama. Publicó sus primeros trabajos en la revista Cruz y Raya de su tío José Bergamín, a la vez que trabajaba como arquitecto con otro de sus tíos, Rafael Bergamín (realizando parte de las casas de la Colonia de El Viso). Conoció también a Pablo Neruda
Al estallar la guerra civil, diversas circunstancias familiares hacen que, a pesar de su declarado republicanismo, se decante a favor de Franco y realice poesía propagandista. Fue colaborador de la revista Escorial (1940), junto a Luis RosalesLeopoldo Panero, a quien visitaba regularmente en su casa de Castrillo de las Piedras y Dionisio Ridruejo, todos ellos son considerados la generación del 36. En esta revista cultivó una poesía intimista, realista, de carácter mediativo y trascendente.
En su obra, la naturaleza adquiere un valor trascendente que conduce a la experiencia religiosa. Además de la poesía religiosa, otros de sus temas habituales son la familia y la vida cotidiana.


El otoño


1. No le nombramos nunca.

No hace falta nombrarle
cuando avanza el otoño:
sus grandes nubes bajas,
sus cielos y horizontes
húmedos, en tardanza
labradora, los plátanos
cobrizos de las calles,
los charcos en el suelo
y las mal trajeadas
mujeres del tranvía.

No hace falta nombrarle.
Aunque el campo esté lejos,
sus grandes nubes bajas
nos traen los paisajes
anchos, vividos, nuestros,
nuestra diaria vereda
de aislamiento amoroso.
Rocas de musgo y alba
junto al crecido arroyo.
Encinares quebrándose
mansamente hacia el río.
Los negrillos. Los finos
dibujos de los surcos.
La tapia y los frutales
del huerto, donde flota
matinal en la niebla
la oración de las monjas.
Los trenes y sus largos
silbidos.
                  No hace falta
nombrarle. Está en el mundo.

2. Sabemos que está aquí, dorando las distancias

mirando, caminando su cosecha, dejándola
bien crecida y andada: olas constantes
sobre un rumor de antiguas letanías.

Sabemos que está aquí, donde todas las fechas
tienen pausa de islotes
que escuchan, apagados, la espuma del naufragio,
donde todas las fechas tienen algo
de esa barca sin remos, tan lejos de la orilla...

Sabemos que está aquí, donde todos los rostros
mezclan lentas arrugas,
donde los brazos, sueltos, se apartan de sus cuerpos,
donde ya no hay miradas, ni mejillas, ni labios,
sino un rescoldo gris de noviembre, enfriándose.

3. Sabemos de aquel carro

que ha volcado en la noche,
de aquel monte y sus rojas
hogueras de pastores,
del color de la tierra
con disparos de otoño,
del frío y la humedad, cuando la tarde
moja su cuerpo herido entre los tallos
del mimbreral.
                              Sabemos
de las jaras ahumadas
y las manos del guarda
que, una vez destripados
los conejos, se ausentan 
patriarcales y encienden, 
ahuecadas, su negro
cigarro, sin nombrarle.)


4. Aunque el campo esté lejos,
amor es fuego. El fuego
se enciende por las tardes,
dura toda la noche.
El fuego son imágenes,
silenciosos viajes...

Desde la lluvia oblicua de la acera
miramos las estampas
y pasamos las páginas
del fuego solitario:
sus llamas interiores.

Prontos obedeceres:
las luces que se encienden
en las calles estrechas,
y en los pisos cerrados
las fugas en los juegos
de los niños que han vuelto del colegio.

5. Se alargan los crepúsculos,

los senderos, el viento.
No hace falta nombrarle.
Por un lado, aprendemos
a olvidar, y por otro
somos como los niños
aunque tanta experiencia
sin querer nos ha hecho
un poco menos tristes ).

No estamos embriagados.
(Debiéramos estarlo?)
No decimos blasfemias.
(Debiéramos decirlas ?)
Y la Muerte? Su heroica
figura nos convence,
nos lleva de la mano...
pero sabemos poco
de morir, y salimos
de las estrellas falsas.

Dentro, había una sombra
buena, había una esposa
y un hijo que se espera
tal vez, y se le espera
dibujando, cosiendo,
cuando avanza el otoño.
No hace falta nombrarle
tampoco.
                     Envejecemos,
somos como los niños:
los niños solitarios
viajando junto al fuego
tardes, noches enteras
de amor envejecido.
(Y morir es lo último 
de todo.)

                   Estamos vivos

locamente abrazados
en la vida y el sueño
(aunque haya tanta muerte
contagiosa en el mundo.)

De "Continuación de la vida" 1949


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