lunes, 22 de septiembre de 2014

22 de Septiembre de 1660 Diego de Acedo, enano de Felipe IV es enterrado en la Iglesia de San Juan

“EL PRIMO”, ESTAMPILLERO Y BUFÓN DE LA CORTE DE FELIPE IV


Entra al servicio del Rey en 1633. En los documentos de los Archivos de Palacio sacados a la luz por Moreno Villa, consta como enano, pero no era (o al menos no sólo era) bufón, sino funcionario adscrito a la Secretaría de Cámara y Estampa y encargado de la estampilla con la rúbrica del Monarca. A esta tarea se refiere seguramente el gran infolio que maneja con sus hábiles manitas en el retrato que le hace Velázquez y en el que aparece con el atuendo de estampillero. Tenía un criado llamado Jerónimo Rodríguez y disfrutaba de un sueldo superior al de un simple bufón, ya que por medio año consta el pago de 18.750 maravedíes. En el verano de 1642, pasando el cortejo real por Molina de Aragón, un arcabuzazo de un soldado disparado contra Olivares lo hirió en la cara mientras abanicaba al conde duque en su coche. Tenía Diego fama de vanidoso y mujeriego, y se le relaciona con un crimen pasional acaecido en el alcázar una noche de 1643: al parecer, el aposentador de palacio Marcos de Encinillas asesinó en un arrebato de celos a su esposa, señalando a Acedo como el enano con quien ésta lo engañaba.
El origen del apodo de El Primo no está claro. Según Pantorba, quizás fuera hermano de una tal Lorenza Acedo y Velázquez, supuesta prima del pintor. Aunque para Moragas se trata más bien de un primo de Juan de Acedo, caballero de San Juan y contador mayor del infante-cardenal. Por su parte, los diversos libros esparcidos por el suelo en el mencionado retrato, le hacen sospechar a Gállego una posible alusión al personaje que con idéntico apodo aparece en el Quijote (2.ª parte, caps. XXII y XXIII) y que compartiría con el enano la misma manía literaria.

El bufón don Diego de Acedo, el Primo. Velázquez 1644

El retrato de Velázquez fue pintado en el año 1644, en Fraga, durante las jornadas reales de Aragón con motivo de la sublevación de Cataluña. En este lienzo, aparece Diego con mirada melancólica e inteligente, elegantemente vestido como un caballero, con ropilla negra de mangas bobas y cerrada al cuello con valona almidonada, calzones, calzas y zapatos negros. Sin duda se trata del “vestido de rizo negro que se le dio al Primo, enano, para los años de Su Majestad con otros efectos para con dicho vestido”, del que se da noticia en los gastos de guardarropa del Archivo de la Casa Real. Bajo el gran sombrero el doctor Moragas adivina el avance imparable de la calvicie, lo que pone en relación con un asiento del citado archivo en el que se lee que el 22 de junio de 1645, un peluquero de Zaragoza, Pedro Arias, recibió 40 reales por una peluca que hizo a Acedo.

Los restos de la Iglesia de San Juan en la Plaza de Ramales. Proyecto de recuperación urbana e histórica.


Texto extraído de : http://www.fotomadrid.com/verArticulo/140

La plaza de Ramales es una encrucijada  de calles situada en el Madrid más antañón y cuyo viario urbano ha experimentado una notable mutación desde hace doscientos años hasta el momento actual. Es una”laguna urbana” a la que van a desembocar, siguiendo el orden de las agujas del reloj, y comenzando al “mediodía”, las calles de Lepanto, Vergara, Amnistía, Santiago, San Nicolás y Noblejas. Como decíamos antes, la gran mayoría notablemente reformadas y diferenciadas del aspecto que mostraban hace sólo dos siglos.
La misma plaza de Ramales es relativamente moderna dentro de un tejido urbano que conoció su configuración más perdurable desde la Baja Edad Media.  En sus orígenes la plaza llevaba la denominación del templo que ocupaba la mayor parte de su actual solar: Plazuela de San Juan; topónimo diminutivo que expresa a las claras la exigüidad del espacio que abría la antigua plaza dentro del apiñado caserío madrileño medieval. Efectivamente, la plazuela se encontraba situada a los pies de la iglesia de San Juan, en el ámbito suroccidental de la actual plaza; mas en concreto en minúsculos resquicios que actualmente ocupan el final de la calle de Noblejas, y las confluencias de las calles de la Cruzada y de San Nicolás. Hoy en día aún podemos apreciar un leve ensanchamiento en este último sector, propiciado por el desarrollo oblicuo oeste-noroeste de la fachada trasera del caserón dieciochesco de Trespalacios, que en inicio amparaba la diminuta plazuela.
La configuración actual de la plaza finaliza en sus rasgos fundamentales en el año 1848, cuando habían transcurrido casi cuarenta años desde la demolición del viejo templo medieval, y con la finalización de las obras de construcción del nuevo barrio de Santiago a finales de los años 30 del siglo XIX. Es entonces cuando la nueva plaza –mucho más justificada esta calificación por su actual tamaño- recibe de la corporación municipal un nuevo nombre: Ramales. Esta denominación le fue otorgada en conmemoración de la  batalla que tuvo lugar en las inmediaciones de la homónima localidad cántabra, en la que las tropas isabelinas dirigidas por el general D. Baldomero Espartero derrotaron a las carlistas en el año 1839. Curiosamente, el nombre de la villa montañesa le fue aplicado igualmente al sector occidental de la plaza, entre las calles de Vergara y de Santiago, pero con la calificación de “calle”. Hoy en día sobrevive una vieja placa decimonónica que aún denomina así a este sector de la plaza e, incomprensiblemente, pues no parece reflejarse como tal calle en el callejero actual, una placa, ya metálica, posiblemente correspondiente a los años 60 del siglo XX.
La ampliación de la plaza se hizo tomando como base germinal el espacio residual de la antigua plazuela, pero sobre todo el ámbito que dejó libre la demolición de la iglesia de San Juan.
.-La Iglesia de San Juan: Templo foral de la reconquista cristiana.
Construida con casi toda probabilidad en la segunda mitad del siglo XII, la desaparecida Iglesia Parroquial de San Juan Bautista, posiblemente también dedicada al Evangelista, por las imágenes de ambos Juanes que ornaban su antiguo presbiterio-, aparece reflejada en el Apéndice del Fuero de Madrid, redactado en el año 1202, y que relacionaba las diez parroquias existentes por entonces dentro del recinto amurallado castellano, edificado sustancialmente entre la segunda mitad del siglo XII y comienzos del XIII.
No obstante, consta documentalmente su consagración en el año 1254 con intervención de Monseñor Fray Roberto, obispo de la lusitana localidad de Silves, capital del Algarve, reconquistada en 1249 por el rey portugués D. Alfonso III),según licencia otorgada por  D. Sancho de Rojas, Arzobispo de Toledo, el 7 de julio de dicho año, y bajo el reinado del monarca catellano-leonés, D. Alfonso X el Sabio. El hecho de que un obispo portugués consagrara un templo castellano en el siglo XIII, se debe a la disputa que por el Algarve mantuvieron castellanos y portugueses. Conflicto que se resolvió con la firma de la paz del rey castellano con Alfonso III de Portugal, en la cual se acordó la soberanía de derecho de Alfonso X sobre dicha comarca portuguesa, y el gobierno efectivo del monarca luso sobre la misma,  incluyendo la decisión casar a Beatriz,  hija ilegítima del Rey Sabio con el rey portugués.
Es en esta época cuando el templo adquiere una configuración formal conforme a la arquitectura románico-mudéjar imperante en esta zona de Castilla. Se trataba de un pequeño templo de tres naves de planta basilical, con ábside semicircular románica, y torre dotada de campanario situada en el lado del Evangelio de la fachada principal . Ésta lucía, sobre tu portada principal, tres “tondos” o medallones circulares de piedra, que mostraban los siguientes motivos esculpidos, de derecha a izquierda: Un “agnus Dei” o cordero con lábaro, una cruz griega de extremos redondeados y rodeada de una circunferencia pintada en rojo, y, finalmente, un “Crismón”, anagrama que recoge el nombre de Cristo en griego, con las letras “X” (“chi) y “P” (“ro”). Entusiastas cronistas de nuestro Siglo de Oro, deseosos de constatar la mayor antigüedad posible para la Villa y Corte (preferiblemente anterior al dominio musulmán) como Gerónimo de la Quintana  querían ver en la representación del Crismón la constatación de ser un templo de rito Católico Romano –ya que las tropas del Emperador romano Constantino I lo adoptaron en sus estandartes a raíz del Edicto de Tolerancia religiosa dictado en Milán en el año 312-. Este templo madrileño, por tanto, y según esta peregrina interpretación,  ya existiría, nada más y nada menos que durante la vigencia del reino visigodo de Toledo, más en concreto, durante el reinado de Recaredo, primer monarca godo oficialmente católico, tras el III Concilio de Toledo del año 589. No obstante, la utilización este símbolo cristiano ha sido frecuente en la arquitectura románica empleada durante la Reconquista cristiana. Por tanto, preferimos ser prudentes, y asegurar la pertenencia de dichos elementos ornamentales y simbólicos a la corriente artística del románico, y que permanecían íntegros hasta la reforma que se efectuó en la fachada principal y otras partes del templo a partir de 1609, en que esta parroquia absorbió la  feligresía y funciones del Convento de San Gil el Real, casi paredaño al Real Alcázar, y parroquia del mismo hasta ese momento. Desde esa fecha, la modesta iglesia de San Juan se convirtió en Parroquia del Real Palacio y vivió acontecimientos como el bautizo de la Infanta Margarita de Austria, hija de Felipe IV e Isabel de Borbón, en 1624. A pesar de su modesto tamaño, el templo incluía capillas de linajes tan destacados como los Solís, Lujanes, Herreras, o la de D. Gaspar de Fuensalida, donde fue enterrado Velázquez en 1660.

Reforma josefina: Demolición.

El germen de la actual plaza de Ramales lo constituye la labor reformadora urbanística emprendida por el Rey José I Bonaparte, monarca “intruso” impuesto a los españoles por su hermano, el Emperador de los Franceses, Napoleón I.
Deseoso el culto e ilustrado monarca francés de dignificar los alrededores del bellísimo Palacio Real, mandó demoler la práctica totalidad del caserío que asfixiaba la residencia regia frente a su fachada oriental, cayendo tanto dependencias oficiales de la Monarquía (como las Casas de la Cadena, de los Oficios, Cocinas y Biblioteca Real) como religiosos (Convento de San Gil el Real, de Franciscanos Descalzos), o aristocráticos (como el palacio del Marqués de Valmediano), entre otros muchos, sin contar viviendas comunes del pueblo. El objetivo era despejar una plaza monumental frente a la fachada Este del Palacio, y ensanchar la calle del Arenal en una gran avenida que uniera este flamante ámbito con la Puerta del Sol. Las vicisitudes de la guerra no permitieron llevar este proyecto a su punto y final. En 1814, al retorno de Fernando VII, el panorama frente a la fachada oriental de Palacio no podía ser más desolador, a la vista del páramo polvoriento y colmatado de escombros que había resultado de las labores de demolición. También cayó la venerable Iglesia de San Juan. Su demolición se efectuó entre 1810 y 1811; su feligresía y parroquialidad se trasladaron a la inmediata Iglesia de Santiago Apóstol, recién reconstruida en estilo neoclásico por entonces (1806-1811), al haber sido afectada el 28 de diciembre de 1804 por un fuerte vendaval que desplomó gran parte de las cubiertas, haciéndose entonces recomendable la demolición de este templo, también perteneciente al medievo, aunque notablemente reformado en el siglo XVII. Los trabajos de la nueva iglesia se ejecutaron bajo los planos del arquitecto Juan Antonio Cuervo, discípulo del insigne Villanueva. El inmediato barrio de Santiago  también fue demolido casi por completo, cayendo mansiones nobiliarias tan señaladas como las de los Álvarez de Toledo (donde llegó a vivir el célebre Condestable de Castilla D. Álvaro de Luna), las del Marqués de Auñón, las de los Pimentel, Herrera, etc.; que hacían un conjunto de casas solariegas de los siglos XIV y XV, en el momento de su demolición absolutamente despreciadas, pero cuya construcción gótico-mudéjar nos haría verlas hoy en día con ojos muy diferentes. También cayó un instituto religioso tan destacado en el Madrid de la época como lo fue el Convento de Santa Clara (del que apenas subsiste hoy el nombre de la calle en el que se alzaba), que había sido fundado en 1460 por la eminente dama de la Corte de Enrique IV, Dª Catalina Núñez, esposa de d. Alonso Álvarez de Toledo, tesorero de este desdichado monarca.
Al igual que sucedía con el solar de la futura plaza de Oriente, casi todo el barrio de Santiago, incluyendo la plazuela de San Juan, había quedado convertido en un desolado espacio yermo, con hitos edilicios puntuales supervivientes tan notables como el Palacio del Marqués de la Laguna (que, no obstante acabaría siendo demolido en los años 40 del siglo XX), el palacio de D. Domingo de Trespalacios, o la recién terminada de edificar Iglesia de Santiago. Habrá que esperar a los años 1833-1837 para ver levantarse el nuevo barrio de Santiago, con flamantes calles regularizadas de manera racional, rectilíneas y con cruces entre ellas próximos al ángulo recto. También se urbanizó la plaza de Ramales que recibe este nombre tras el fin de la primera Guerra Carlista (1833-1839).

Recuperación de un espacio vetado al peatón.

En la segunda mitad del siglo XX, la plaza, al igual que muchos ámbitos de la ciudad, se satura de automóviles. La cercanía de la Plaza de Oriente y del Palacio Real, provoca que la plaza de Ramales se convierta en un estacionamiento de superficie de turismos, camiones y numerosos autocares, arrinconando al peatón en aceras estrechas, y  creándose zonas residuales en el centro de la misma plaza donde se aparcaba de forma descontrolada. En suma, absoluta preponderancia del tránsito rodado sobre el peatón. La única novedad ornamental en tantos años fue la colocación en 1960 por el entonces Ministerio de Educación Nacional, de un monumento conmemorativo de la inhumación del pintor Diego Velázquez en la desaparecida Iglesia de San Juan en el trescientos aniversario de su óbito: en el interior de pequeño parterre de césped circular, que cumplía funciones de glorieta encauzadora del tráfico de la plaza,  y sobre un graderío cuadrangular, se colocó un pedestal con placas recordatorias del eminente pintor, sustentadora de una columna dórica rematada de una cruz de forja.
La construcción del paso subterráneo de la calle de Bailén a su paso por la fachada oriental del Palacio Real, y la edificación de un estacionamiento subterráneo permitieron recuperar un magnífico ámbito urbano para los ciudadanos y visitantes, con el remate final de la peatonalización de la plaza de Oriente (1994-1997). El positivo resultado se contagió en un Proyecto de Aparcamiento de Residentes en la plaza de Ramales, que permitiera peatonalizar este ámbito y crear plazas de estacionamiento de vehículos para los vecinos.

Excavaciones arqueológicas.

En aplicación de la Ley 10/1998, de 9 de julio de Patrimonio Histórico de la Comunidad de Madrid, y estando declarado el Recinto Histórico de Madrid Zona arqueológica catalogada como Bien de Interés Cultural, desde 1993, era preceptiva la realización de la excavación arqueológica de la Plaza de Ramales, antes de iniciar su vaciado para construcción del aparcamiento subterráneo y la subsiguiente urbanización en superficie.
El proyecto y dirección de las excavaciones corrió a cargo de los arqueólogos Antonio Méndez Madariaga, Pilar Mena Muñoz y Fernando Velasco Steigrad., trabajos promovidos y financiados por la Empresa Municipal de la Vivienda, y la Dirección General de Patrimonio Histórico de la Consejería de las Artes de la Comunidad de Madrid.
Como labor previa, se efectuó un estudio histórico exhaustivo tanto de la plaza como de la zona que ocupó la antigua iglesia, coordinado por el historiador Fco. José Marín Perellón, incluyendo la recopilación de toda la planimetría histórica de la zona.
Seguidamente, y a partir de 1999, se realizaron tres sondeos en las zonas que se estimaba podían aportar la mayor información posible, sin interrumpir, en la medida de lo posible el tránsito de vehículos en superficie. Así, salieron a la luz las cimentaciones del ábside semicircular de tradición románica, el muro sur (que es el que hoy podemos contemplar bajo la estructura acristalada), y el sector noroccidental, emplazamiento del antiguo campanario
La investigación histórica permitió constatar los enterramientos realizados en el antiguo templo, que tuvo carácter de parroquia del Alcázar-Palacio Real, sobre todo el del pintor Velázquez –cuyo cuerpo fue buscado infructuosamente- y el de su esposa, Juana Pacheco. De entre los varios osarios datados en los siglos XVI y XVII, destacó sobremanera el hallado bajo el altar mayor del ábside, ya que en el aparecieron los restos de varios niños menores de cinco años.
Se pudo documentar en esta excavación la etapa islámica, entre los siglos IX y XI de nuestra Era. En concreto, aparecieron 18 silos de almacenamiento de grano y 10 pozos de captación de agua excavados en el terreno geológico, y que más tarde, perdidas sus funciones originales y utilizados como basureros, permitieron recuperar un notable conjunto de piezas de cerámica hispanomusulmanas.
El sector correspondiente a la antigua torre que sustentaba el cuerpo de campanas, deparó el descubrimiento de su cimentación, que se encontraba asentada a su vez aprovechando una estructura más antigua. El no haber culminado la excavación para investigar hasta sus últimas consecuencias este intrigante basamento, por la premura del tiempo para iniciar las obras de construcción del aparcamiento, impidió determinar con seguridad a qué tipo de edificación correspondía originalmente. Se ha especulado que pudo ser la cimentación de un alminar correspondiente a una mezquita islámica antecesora del posterior templo cristiano; si bien, historiadores como el recientemente desaparecido profesor Montero Vallejo, defensor de un recinto fortificado intermedio de cronología califal –por él denominado “medinilla”-, entre los reconocidos y constatados de cronología emiral (siglo IX) y cristiano bajomedieval (siglos XII-XIII), en su obra “El Madrid Medieval” plantea la sugerencia de que pudiera corresponder a uno de los cubos cuadrangulares  que reforzarían esta hipotética muralla.
Las excavaciones arqueológicas se dieron por finalizadas en 2002, ante la inminencia de la construcción del P.A.R.

Rehabilitación y peatonalización de la plaza.

El déficit de plazas de estacionamiento de vehículos existente en la zona, determinó que el Ayuntamiento decidiera la construcción de un aparcamiento de residentes en la plaza de Ramales, consecuencia, asimismo, del resultado satisfactorio obtenido con la construcción de una infraestructura análoga en la plaza de Oriente, la cual incluía, además de plazas de residentes, estacionamiento público para turismos y autocares.
A la vez que se efectuaba la preceptiva excavación arqueológica de la plaza para documentar los restos subsistentes de la iglesia de San Juan, se planteó la posibilidad de recuperar una pequeña parte de la misma para su contemplación por parte de madrileños y visitantes, lo que derivó en una modificación del proyecto original. Éste fue promovido por la Empresa Municipal de la Vivienda y el Suelo (EMVS), dependiente del Área de Gobierno de Urbanismo, Vivienda e Infraestructura del Ayuntamiento. Los trabajos, una vez finalizada la construcción de la losa de hormigón que habría de cubrir el aparcamiento subterráneo, y por parte de la Dirección de Rehabilitación de la EMVS, consistieron en la urbanización de la plaza y entorno inmediato. La superficie a intervenir abarcaba algo más de 3.700 m.2,  y lógicamente se aprovechó para renovar las infraestructuras de suministros generales, se crearon nuevas redes de drenaje y puntos de riego, se renovaron las acometidas a los edificios que conforman la plaza y, sobre todo, se ampliaron excepcionalmente las zonas destinadas a los peatones, con zonas estanciales perfectamente  marcadas, con renovación del mobiliario urbano, farolas y plantación de arbolado.
Lo que más nos interesa por su relación con el protagonista de este artículo, la iglesia de San Juan, es que se aprovechó la implantación de nuevo pavimento en la peatonalizada plaza, para marcar en su solado la planta de la iglesia desaparecida. Para ello, se emplearon dos recursos básicos: la instalación de bancos de fábrica de placado de granito para los ciudadanos, que seguía parcialmente el contorno del ábside y de los muros noroccidental y suroccidental de la iglesia, y el tratamiento diferenciado de pavimentos que permite apreciar con claridad el desarrollo en planta del desaparecido templo. Asimismo, se aprovechó el acceso peatonal al aparcamiento para  “musealizar” las ruinas de la fachada sur de la iglesia, que pueden ser contempladas bajo una estructura metálica y acristalada, iluminadas por pequeños focos de noche, y rodeada de una barandilla.
Los trabajos, dirigidos por los arquitectos Luis Cubillo, y Juan López Rioboo y el ingeniero Antonio Acosta, finalizaron en el año 2003 con un coste de algo más un millón y medio de euros, y supuso un interesantísimos ejemplo de recuperación de una plaza degradada de la ciudad para sus habitantes, con la recuperación de un pequeño testimonio arqueológico de un hito histórico de nuestra ciudad interesantísimo. Lástima que el vaciado de la plaza para la construcción del aparcamiento subterráneo no permitiera la conservación de más restos proclives a nuevas investigaciones.
La nueva plaza fue inaugurada oficialmente el 6 de mayo de 2003.

Una brillante iniciativa urbanística, lastrada por un deficiente mantenimiento.

Han transcurrido escasos años desde la realización de las obras de remodelación de la plaza y ésta ha recobrado un dinamismo ciudadano del que carecía hasta la finalización de las mismas. Las personas pueden pasearla y disfrutarla; los niños tienen un espacio amplio y seguro para sus juegos, y los adultos pueden relajarse deambulando por la misma o disfrutando tranquilamente sentados en cualquiera de los agradables veladores que han instalado bares y cafeterías.
La plaza luce adecuadamente pulcra en superficie, y en estos últimos años se ha conseguido erradicar el estacionamiento indebido que comenzaba a invadir este espacio peatonalizado. La pérdida de algún bolardo que impedía el acceso de los vehículos a la plaza favorecía la acción de conductores incívicos que ocupaban este espacio reservado al disfrute peatonal. En este sentido las autoridades han puesto coto a estos desmanes… aunque no han podido con todos.
Insistiendo en el hecho de que la plaza luce limpia en superficie, no obstante hay que criticar la circunstancia de que las labores de mantenimiento de sus infraestructuras no muestran una intervención continua y sistemática. En cierta ocasión, una de las mamparas de metacrilato transparente de la barandilla que circunda el tramo de muro de la iglesia apareció destrozada, y su sustitución por una nueva llevó al menos un par de meses; mientras la melladura aparecía precariamente condenada por una simple cinta de línea policial dispuesta en aspa. Finalmente la mampara reventada fue sustituida.
Además, a finales del otoño de 2010, una de las secciones de la reja que cubre uno de los grandes respiraderos del aparcamiento subterráneo, en concreto, el que se halla en la calle de Requena, esquina a la de Lepanto –por tanto, zona norte de la plaza de Ramales- desapareció; ignoramos si retirada por deterioro, o simplemente sustraída. La policía municipal dio aviso de semejante circunstancia y, provisionalmente se cubrió la parte del respiradero desprovisto de la reja por una gran plancha metálica, fijada al asfalto con tierra apisonada. Solución provisional que se mantiene transcurridos varios meses.
El banco corrido que rodea parte del perímetro del ábside de la iglesia ha perdido alguno de sus placados de granito, sin que haya sido sustituido en varios años.
La barandilla que rodea el yacimiento musealizado de los restos de la iglesia muestra varios de los paneles de metacrilato, suspendidos sobre estructura metálica de acero cromado y cable tensado, también de acero, infamemente “firmados” con chafarrinones efectuados con ácido
La mampara de metacrilato transparente  que, a modo de ventana arqueológica, debería permitir la visión diáfana y clara del yacimiento arqueológico, no cumple debidamente su función, debido a que en la mayor parte de las ocasiones muestra su cara interior perlada de enormes gotas de agua provenientes de la condensación de la humedad interior, que ha favorecido el que, a buen recaudo de la intemperie y de las temperaturas heladoras del invierno madrileño, la vegetación silvestre haya germinado y se haya desarrollado esplendorosamente cobijada al amparo de tan estupendo “invernadero”. Lo cual nos da a entender que la limpieza y mantenimiento adecuado de los restos arqueológicos expuestos, no mantiene la debida constancia y periodicidad.
El crecimiento y desarrollo de esta vegetación espontánea ha ocasionado que se haya echado a perder una de las “puestas en escena” más interesantes en la adecuación del yacimiento, como era la recreación artificial del corte estratigráfico del terreno con disposición de reproducciones de fragmentos cerámicos aparecidos durante las excavaciones. El generoso desarrollo de la vegetación descontrolada y sus raíces, lo han echado a perder absolutamente.
El acceso peatonal al aparcamiento subterráneo permitía visionar el desarrollo del muro sur de la iglesia a nivel de rasante en toda su extensión; sin embargo el descontrolado crecimiento de la vegetación silvestre impide esta opción actualmente.
El metacrilato utilizado tiene, en origen, una transparencia del 93 %, y su durabilidad está certificada por la experiencia, no encontrándose prácticamente ejemplos de placas de este material que muestre ningún signo de envejecimiento transcurridos más de diez años. Es posible que esta afirmación no pueda mantenerse de forma tajante a la vista del efecto que está ejerciendo la vegetación sobre las planchas que deberían permitir la visión del yacimiento.
El proyecto original de musealización del yacimiento de la iglesia de San Juan, preveía que el vestíbulo de acceso al aparcamiento de residentes constituyera una pequeña sala de exposición explicativa del yacimiento y de su devenir histórico, con exposición en vitrinas de algunas de las piezas recuperadas. Y esto fue así durante las primeras semanas siguientes a su inauguración. La costumbre que adoptaron algunos indigentes de pernoctar en el mismo, a buen recaudo de la intemperie, abortó este interesante complemento del yacimiento. Se cerró el acceso al mismo con una nueva puerta, quedando el disfrute de esta pequeña sala de exposición circunscrito en exclusiva a los usuarios de las plazas de estacionamiento.
El acceso al mismo, además, se ve “adornado” por otra de las inteligentes muestras del talento de algún artista urbano que prefiere mantenerse en el anonimato.
No dejando de apreciar la interesante labor de urbanización de la plaza, así como de la puesta en valor de algún pequeño resto de la desaparecida iglesia de San Juan, no nos queda más que dar un toque de atención al Ayuntamiento para que priorice el mantenimiento de infraestructuras y dotaciones que han requerido una fuerte inversión al erario público y constituyen, indudablemente, un notable aporte a la calidad de vida ciudadana, que se ve menoscabado por esta aparente falta de diligencia municipal.


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